Por Gonzalo Rojas Sánchez
Foro Republicano
En uno de sus pocos intervalos lúcidos, lord Marchmain, el agonizante personaje de Waugh en Retorno a Brideshead, afirmó que los checos sólo eran buenos cocheros.
La escena tenía lugar mientras le leían la prensa al enfermo terminal, ya en las vísperas del inicio de la segunda guerra mundial.
El niño Vaclav Havel, en esos momentos, tenía casi 3 años de edad y, ciertamente, iba a ser algo más, mucho más, que un buen cochero.
La escena tenía lugar mientras le leían la prensa al enfermo terminal, ya en las vísperas del inicio de la segunda guerra mundial.
El niño Vaclav Havel, en esos momentos, tenía casi 3 años de edad y, ciertamente, iba a ser algo más, mucho más, que un buen cochero.
¿Dramaturgo ya clásico? Sí; ¿Ensayista penetrante? También; ¿Activista de la libertad perseguido por el comunismo? Por cierto; y, como coronación, varias veces Presidente de la República. En síntesis, la gran figura moral e intelectual de entre los checos en el último tercio del siglo XX.
Y, como si fuera poco, el hombre tenía un carácter y una actitud vital en que se mezclaban armónicamente la sencillez, la simpatía, la fortaleza y la perseverancia.
Por años fue un agnóstico sincero; pero cuando tuvo que ejercer sus más altas responsabilidades morales -así calificaba él a las tareas de gobierno- hizo el esfuerzo enorme que le permitió pasar de su aceptación de la Memoria del Ser a Dios mismo.
La conciencia de sus deberes era en él tan exigente, que al redactar Política, civilidad y moralidad -en 1993 y mientras ocupaba la Presidencia- no tuvo problemas en entregar a la luz pública uno de los trabajos de moral cívica más demandantes que pueda concebir un pensador. Y, al hacerlo, enfatizó que le podían comprobar hacia el pasado personalmente todas y cada una de las afirmaciones que hacía en ese ensayo y que estaba seguro de pasar la prueba.
Sus discursos por todo el mundo, sus cartas desde la cárcel, su teatro desafiante de la mediocridad, sus entrevistas llenas de arte e ideales, muestran a un hombre siempre superándose a sí mismo, siempre dando más.
Teatro, cárcel, ensayo, política, fe, rock, viudez, cáncer: pocas vidas recientes pueden reunir tal riqueza de matices integrados en una personalidad enormemente sólida y atractiva.
Gracias Vaclav Havel.
Por años fue un agnóstico sincero; pero cuando tuvo que ejercer sus más altas responsabilidades morales -así calificaba él a las tareas de gobierno- hizo el esfuerzo enorme que le permitió pasar de su aceptación de la Memoria del Ser a Dios mismo.
La conciencia de sus deberes era en él tan exigente, que al redactar Política, civilidad y moralidad -en 1993 y mientras ocupaba la Presidencia- no tuvo problemas en entregar a la luz pública uno de los trabajos de moral cívica más demandantes que pueda concebir un pensador. Y, al hacerlo, enfatizó que le podían comprobar hacia el pasado personalmente todas y cada una de las afirmaciones que hacía en ese ensayo y que estaba seguro de pasar la prueba.
Sus discursos por todo el mundo, sus cartas desde la cárcel, su teatro desafiante de la mediocridad, sus entrevistas llenas de arte e ideales, muestran a un hombre siempre superándose a sí mismo, siempre dando más.
Teatro, cárcel, ensayo, política, fe, rock, viudez, cáncer: pocas vidas recientes pueden reunir tal riqueza de matices integrados en una personalidad enormemente sólida y atractiva.
Gracias Vaclav Havel.