Por Annamaria Barbera

Foro Republicano

Una de las peores crisis contemporáneas es la creciente pérdida de fe en las verdades
absolutas. Se trata del síndrome relativista, introducido en el siglo XVIII por
el positivismo de Augusto Comte.

Lo asombroso es que muchos relativistas actuales se tragan cándidamente el repertorio de sofismas sobre la vida humana que hoy circula en el mundo. Por ejemplo, que cada cual tiene derecho a vivir como se le antoje. Que todas las opiniones
tienen el mismo valor, aunque se contradigan entre sí. Que todo cambio significa
avance y progreso. Que el éxito utilitario es la clave única de la felicidad. Y así
indefinidamente. El círculo del relativismo convertido en el absoluto de
nuestra época.

Sin que nos demos cuenta, el consumismo televisivo nos va inyectando formas
estándar de pensar, sentir y actuar, modeladas por los demiurgos que urden los
mensajes de la TV y los difunden a nivel planetario. Y como ese menú se rige
por el rating, por el gusto de las mayorías, terminamos creyendo que esa vox
populi
es la voz de la verdad.

Sin embargo, los creyentes del rating mayoritario insisten en que no
hay verdades absolutas, en que todo depende del punto de vista de cada cual.

Extirpados los absolutos, el derecho a mentir va adquiriendo cada vez más protagonismo. Mentir sin que se note, manipulando los hechos para embaucar a otros y sacar de ellos la mayor ganancia posible. Mentir sobre nuestra identidad, mentir intenciones (sobre todo en la política), mentir amistad, y hasta mentir amor. Como la
verdad ha sido sustituida por la utilidad, lo único que cuenta es el propio
beneficio. De esta manera, todos nos usamos unos a otros. De ahí a concluir que
la vida humana no vale nada, hay un solo paso. Ninguna democracia puede
resistir el grado de manipulación y desconfian-za que hemos alcanzado en la
sociedad actual.

Pero el relativismo enfrenta un problema insoluble: no funciona en la vida real. Porque
nuestra vida real está regida por códigos autónomos, que no dependen de ningún
parecer humano, y cuando los transgredimos, el resultado inevitable es que algo
se atasca o se enferma en alguna zona de nosotros mismos.

Para comprobarlo, basta pensar en nuestros propios códigos biológicos. ¿Podemos
manejar nuestra alimentación y nuestra salud física como se nos dé la gana? La
biología y la medicina nos dicen que no, que ambas tienen requisitos objetivos,
y que si no los cumplimos, pagaremos las consecuencias. ¿No son ésos requisitos
absolutos?

Y la buena psicología nos dice que hay otro requerimiento de nuestra vida que se
llama salud mental, y que la salud mental tiene asimismo sus propias condiciones.
Entre otras, la autoestima, la inteligencia emocional, la empatía, el
autoaprendizaje creador, y también el descubrimiento de verdades. Otra
constelación de absolutos situada por encima de todas las opiniones humanas.

Y si seguimos examinando los hechos reales, veremos que todos están sustentados
en anclajes no relativos, igualmente inconmovibles.

El relativismo es válido en los asuntos contingentes de nuestra vida, no en sus articulaciones esenciales. Cuando intenta suprimirlas, se convierte en un virus letal. Quizás el más letal de nuestra época.