Columna de Cristián Raggio.
Ante el eminente fallo de la Haya, creo conveniente dar una mirada estratégica al tema, una visión de largo plazo.
La relación entre los países se basa en el equilibrio de poder. La “unidad nacional”, la paz social, el poder económico, el poder militar, la institucionalidad, son elementos que constituyen nuestro activo geopolítico.
Chile, con más de 130 años de paz, basa sus relaciones exteriores en tres pilares: capacidad militar disuasiva, respeto irrestricto a los tratados y compromisos en un marco legal bilateral y multilateral y relativa posición hegemónica en lo económico a nivel regional.
Sin embargo, las señales que hemos enviado a nuestros vecinos no siempre han sido claras. Argentina, a fines de los 70, declaró “insanablemente nulo” el fallo de la Reina Isabel en el tema del Beagle; Perú, en una actitud revanchista, se preparó resueltamente para una acción militar en el norte, en el marco del centenario de la Guerra del Pacífico; Bolivia, periódicamente nos complica con el tema de la mediterraneidad; Argentina ha desconocido tratados a firme (gas) y ambos países aún tienen pendiente lo de Campo de Hielo Sur. La presentación del Perú en la Haya -para algunos “un caso inventado”- nos tiene a todos nerviosos.
Si el fallo es favorable para Chile, las consecuencias son sólo positivas. Bolivia bajará (nunca las eliminará) las expectativas; Perú avanzará por la cuerda que le queda, esto es, la complementación económica; y Argentina tiene demasiados problemas como para tomar alguna ventaja.
Si el fallo es negativo, la historia nos recordará como la generación que sufrió la humillación más grande de nuestra corta historia. En efecto, si la Corte da 100% la razón al Perú, el límite de la bisectriz significa ceder 36.000 kms2: la mitad de la superficie de Bélgica y Holanda sumadas. Una opción menos mala es que salomónicamente se determine una bisectriz de la bisectriz. Esto supone la “pérdida” de sobre 18.000 kms2 de mar, para no hablar de los 27.800 kms2 del triángulo exterior.
Mala noticia para aquellos -no pocos- que quieren llamar a rebato y desenvainar los sables. Chile deberá acatar el fallo de inmediato, en horas, y fijar un cronograma de corto plazo para su implementación. El país, no puede darse el lujo de desconocerlo. Nadie nos obligó a comparecer a la Corte Internacional y somos respetuosos de los fallos. Además, la Corte es parte de la ONU, de la cual somos miembros. Pertenecemos a su Consejo de Seguridad.
Lo anterior no impide detenernos y sacar lecciones aprendidas, revisar nuestros errores y mejorar nuestra estrategia para el futuro.
Los vecinos del norte, entre 1879 y 1884, perdieron ingente territorio. La historia nos demuestra que la denominada Guerra del Salitre fue bien ganada y la paz, pésimamente administrada. Recién en 1929 se semi cerró el capítulo con Perú dejando, como lo vemos hoy, varias puertas abiertas.
Consignemos que el poder que no se ejerce no existe. Llegamos a esta situación porque Perú comprende que cualquier solución militar es un suicidio. No tenemos espacio aquí para explicar la capacidad disuasiva (y ofensiva) de nuestras FFAA. Consignemos, simplemente, que en el primer día de un potencial conflicto armado, el sur del Perú, ante un raid de nuestra FACH, queda ciego y sordo, sin capacidad de comando y control para una reacción. La penetración de nuestras brigadas acorazadas, prácticamente no se puede detener. Si a lo anterior sumamos la capacidad de la Armada, en especial la potencia furtiva de los Scorpene, Lima tiembla ante la imposibilidad de una reacción. Derrota en días, segura y humillante.
Pero ¿de qué sirve este poder militar? ¿Hay algún político en Chile dispuesto a ocuparlo? O al menos, amenazar con ocuparlo?
La estrategia militar nos demuestra que cuando la diferencia de las fuerzas es tan abismante, el contrario aplica la tesis de una guerra asimétrica. Esto es, lleva el fuerte a un campo para el cual no está preparado, nivela la cancha, o nos lleva a un estadio donde la situación es más pareja. Estamos ahora comprendiendo por qué Perú “inventó un caso”. Pues bien, no tenía otra alternativa para recuperar –o al menos intentar recuperar- sus “provincias cautivas”. En consecuencia, debió recurrir a la vía legal.
Volvamos a la hipótesis de un fallo desfavorable ¿Qué podemos hacer? Además de acatarlo, debemos cambiar nuestra estrategia de seguridad internacional, mandar señales más fuertes. Por ejemplo, si antes de que Toledo cambiara las líneas de base para el territorio marítimo el 2005, el Presidente de Chile hubiese consignado no sólo “un acto inamistoso”, sino un casus belli, hubiésemos tenido mayores grados de libertad. Lo mismo con La Haya. Bastaba con señalar sin ambigüedades que el simple hecho de anunciar el litigio de límites era un “casus belli”, para demostrar fuerza y pasar la responsabilidad de las consecuencias a nuestros vecinos. Nos metimos gratis en un nudo gordiano.
¿Esta estrategia es extremista y militarista? Para nada. El ‘77, ante la actitud de Argentina, Chile intentó recurrir a La Haya en base a los tratados vigentes, pero los transandinos, sin ambigüedades, nos notificaron que eso era un casus belli. ¿Qué hizo el régimen militar? Recogió el guante y no fue al Tribunal Internacional. Nos preparamos siguiendo la tesis Argentina, para una dura negociación bilateral. Sin embargo, ante la escalada militar y de amenazas, durante el ‘78, “nos pusimos firmes”. Al final el tema, cuasi guerra mediante en las pascua del ‘78, terminó bien. No excelente, pero Chile demostró que ante la presión no estaba dispuesto a ceder. Estaba en juego el honor nacional.
Los países deben internalizar que el poner la otra mejilla, lamentablemente no funciona. Por el contrario, la debilidad es mal entendida y sólo genera mayores expectativas. Como dicen los expertos en seguridad “los países ni se aman ni se odian, se vigilan”.
Conclusión: el fallo se debe acatar, debemos modificar la estrategia y mandar señales claras, que con esta larga y angosta faja de tierra no se juega.
Hacemos votos para que lo anterior nos obligue a reformular nuestra estrategia militar y nuestra doctrina de relaciones exteriores. Concretamente, que se traduzca en una actitud fuerte con los traficantes y contrabandista disfrazados de militares bolivianos, para fijar de una vez los límites con Argentina y resolver a través de una actitud activa todos los temas pendientes con Perú, sean reales o “inventados”. ¿Quedan aún temas pendientes? Varios, los que se explicarán en otros artículos. Por lo demás, un triunfo del Rímac nos demostrará rápidamente, en la lógica de guerra asimétrica, que aún tenemos litigios. Saldrán muy fortalecidos.
La verdadera capacidad disuasiva de un país, la certeza de una paz duradera, no está ni en bravuconadas militaristas, ni en frases huecas de paz y amor, simplemente se basa en demostrar la voluntad de que, independiente del “más irrestricto respeto a los tratados vigentes y al derecho internacional” (como si los vecinos lo hicieran), al final, como ha sido siempre desde el pecado original, será “Por la Razón o la Fuerza” -si es que alguien se acuerda de nuestro lema patrio que por arte y magia de la buena propaganda ha desaparecido del léxico criollo.
[1] Cristián Raggio Donoso es Ingeniero Civil, Magíster en Humanidades con mención en Filosofía y Magíster en Historia Militar y Pensamiento Estratégico.