Se me ha pedido hacer el análisis de la situación política de la región de Valparaíso. No se si esta solicitud tenga como presupuesto que la situación de esta región, como de las otras, pueda ser algo distinta de la nacional. Pero pareciera tenerlo, aunque sea un presupuesto falso, pues, la verdad es que en Chile ni ésta región ni ninguna otra tiene alguna independencia respecto del poder central para determinar sus políticas más fundamentales. En consecuencia, no se puede hablar de una situación política regional como si existiera cuando, en realidad, no es así.
O si se quiere, habría que decir que la situación no es auspiciosa precisamente porque esa dependencia no tiene visos de ceder. Las regiones siguen sofocadas por un centralismo físico, político y económico.
Déjenme poner un ejemplo más o menos análogo para que nos entendamos en lo que trato de decir. Pensemos en una familia que mucho de su vida está organizado por alguien externo a ella –por ejemplo, por el empleador que paga el salario al padre, o si se prefiere, para hacer más real el ejemplo, por el suegro que emplea al yerno–. Ese empleador o ese suegro determinarán cuánto gastará esa familia en cada área de actividad: educación, deporte, vestuario, comida, transporte, etc…, también determinará cuáles serán las prioridades de gasto, y desde luego qué enseñarán los padres a los hijos, y cómo organizarán la vida común en sus líneas gruesas, partiendo por el lugar de vacaciones (ya que estamos en enero), etc. Pienso que salvo algún insensato reprobaría tal situación en su totalidad. Por supuesto, también al empleador o suegro, por tirano, y al empleado o yerno por mamón.
Pero si son los municipios que organizan la vida de los barrios, o el gobierno central la de las ciudades y regiones a todos les parece normal. Hoy día la suerte de las regiones sigue dependiendo, si se me permite la expresión, en una medida completamente desmedida, del poder central. En este sentido, la situación regional no es buena, nada de buena. Y como decíamos antes, aparentemente no tiene para cuándo cambiar.
Se me dirá que hay diputados o senadores que representan a la región. No es así. Son elegidos por las regiones, pero en Chile la tarea legislativa está referida a todo el país. Para que hubiese representación regional, las regiones deberían tener ciertas áreas o materias en las que contaran con autonomía legislativa. El parlamentario, así, debería mirar primeramente el bien de la región. Pero no es eso lo que ocurre. El parlamentario queda reducido a ser una suerte de prometedor oficial de cosas que ningún parlamentario puede cumplir por sí solo. Con tal de asegurar sus votos, el parlamentario se convierte, en el mejor de los casos, en una suerte de agente oficioso ante el ejecutivo o ante los alcaldes o ante privados, para que realicen aquello que él no puede hacer.
Pensando en la patria como un todo, esos parlamentarios elegidos por las regiones podrán ser buenos o malos, por supuesto. Pero sea como sean, su labor está institucionalizada de una manera que coopera con el centralismo del Estado chileno. Por eso no voy a hacer el análisis del lugar que a cada uno de ellos le puede caber. Es mejor. Así no tengo que decir que la visión del conjunto de nuestros “representantes regionales” no es muy halagüeña. Así no tengo que decir que basta con saber que entre los senadores que nos “representan” están Ignacio Walker, Lily Pérez y Ricardo Lagos W. para que cualquier esperanza de algo bueno se esfume rápidamente. El otro es F. Chahuán. Tiene ideas buenas en algunas materias morales, pero tiende también a ser tragado por el partido, lo que muchas veces significa, en concreto, que mira más las relaciones y equilibrios de poder que los bienes que hay que procurar. Entre los diputados, abre esperanzas el hecho de que Urrutia reemplace a Eluchans. Será muy importante, sin embargo, que él mantenga independencia frente a la dirección nacional de su partido, la UDI. Sobre todo ahora que esa tienda pareciera echar por la borda los últimos bienes que le quedaban como “materia de principio”. Pero claro, lamentablemente al lado de Urrutia desfilan Rodrigo González, Aldo Cornejo, Andrea Molina, y el inefable Joaquín Godoy.
La situación regional requeriría, para ser mejor, que existiera un presupuesto propio, no sólo para la región, sino también para las ciudades y barrios. Tener presupuesto propio significa tener recursos que no son concedidos graciosamente por un poder central. Son recursos que no debieran pasar por una ley de presupuesto nacional. A lo más, esa ley nacional debiera determinar la forma en que municipios y regiones contribuyan al presupuesto nacional. Es decir, al revés de lo que hoy ocurre. En las antípodas de ser ella la que fije los presupuestos regionales y municipales. Las cosas, tal como están, conducen a que las regiones y ciudades tengan presupuesto, pero no a que sea propio.
Al presupuesto propio debiera sumarse la capacidad regional, ciudadana y de barrio para legislar en ciertas materias, autónomamente respecto del legislador central. El ejecutivo regional debiera ser independiente del gobierno central, aunque ello no quita la necesidad de tener algún cargo o institución de coordinación entre ambos.
Para el final he dejado una muy buena noticia. Se creó en Valparaíso un centro de pensamiento (no voy a usar la siutiquería de llamarlo think tank), cuyo objetivo es crear propuestas que sirvan al desarrollo regional. P!ensa, es su nombre. Es el primero de su naturaleza en todo el país. Hay más de cincuenta empresarios comprometidos –que se “ponen”. Su gerente es alguien reconocidamente “movido”. Por ello, tal como lo manifestó el presidente del directorio –que es, según entiendo, quien tuvo la iniciativa–, hay pocas probabilidades de que el empeño quede reducido a algunos “papers”, sin concreciones prácticas.
Este grupo tiene la intención de integrar al esfuerzo a un amplio espectro de personas que pueden tener algo que aportar. Están pensando, fundamentalmente, en nombres de la región. Para el éxito de su tarea, creo, sin embargo, que es importante que vayan aún más allá y promuevan la creación de grupos similares en otras regiones. Para descentralizar se requieren cambios importantes en el ordenamiento político. Sin ellos no podrá haber resultados perdurables. Pero esto es posible de lograr en la medida en que las propuestas fluyan de cada región de Chile. Sumando fuerzas se podrá pensar y hacer desde la región no sólo la región, sino también Chile. Y cuando eso haya ocurrido recién estaremos en presencia de un Chile descentralizado en el que, primero, las decisiones de las personas y comunidades concretas de una zona, región o barrio lleguen a tener más importancia –real, eficaz– que las de algún burócrata sentado en una oficina santiaguina; y, segundo, en el que las decisiones de interés común de todo Chile se tomen con la participación de todas esas comunidades, que tendrán entonces representantes de verdad. Cuando esa ocurra, habrá vida política regional que podrá ser analizada como algo más que la situación de un simple apéndice de un Estado central omnipresente y omnipotente.
José Luis Widow Lira