Hace unos días regresé desde Cuba, luego de una semana disfrutando de la belleza de dicho país y del trato amable y deferente de los cubanos entre La Habana, Matanzas y Varadero. El motivo del viaje fue uno bastante pedestre pero alegre: mi luna de miel. Con mi mujer elegimos Cuba porque se mostraba como un destino agradable y cálido, pero también porque queríamos conocer, aunque fuera en forma parcial, un país cuya historia ha sido decidora para nuestro continente y obviamente para Chile. Si bien queríamos descansar y disfrutar, no quería irme de Cuba sin poder acercarme un poco al país y sus habitantes, a su vida y realidades, en la medida de lo que un corto viaje lo permitía.
La primera impresión que uno tiene al llegar a Cuba es que el país se ha detenido en el tiempo. Más allá de las caricaturas de un país que se quedó en la década de los ’50, pareciera que en Cuba todo es viejo y descuidado, a no ser por las decenas de millones que la UNESCO ha gastado en restaurar los barrios de La Habana Vieja, o uno que otro aporte que las empresas españolas dueñas de resorts y hoteles le han dispensado al régimen castrista con fines interesados relacionados a su giro comercial. Sin embargo, debajo del hollín y el descuido yace una ciudad bella, segura y amable con el visitante, quizás esto último porque sus habitantes necesitan del turismo y de las divisas que los viajeros dejan en el país y también en sus bolsillos a modo de propinas.
Así como en todos los países latinoamericanos, en Cuba hay pobreza. La vi en Habana y en la hermosa ciudad de Matanzas. Vagabundos y gente sin hogar son ejemplos de que la miseria y el dolor humano no reconocen fronteras ni tampoco ideologías, incluso en el paraíso de los trabajadores. Pero aparte de la pobreza dura y dolida, la mayor parte de los cubanos viven atrapados en una paradoja con tintes de pesadilla. Habitantes de un país rico y hermoso, cuentan por parte del Estado con la satisfacción de todas y cada una de sus necesidades básicas: salud socializada, educación gratuita, transporte público subsidiado con precios irrisorios (al menos para el visitante), alimentación básica garantizada por el Estado tanto en cantidad como en calidad. Hasta aquí pareciera que la Cuba de Fidel y Raúl se ve como un lugar maravilloso, pero sin embargo no lo es. El cubano cuenta con salud gratuita, pero de una calidad similar o incluso inferior a la que existe en el sistema público chileno, en hospitales que amenazan ruina y casi sin médicos, ya que la mayor parte ha migrado del país o trabaja en el sector de servicios donde la paga es mejor. La educación escolar y universitaria es gratuita: quien estudie en Cuba no pagará un centavo. A mayor abundamiento, el Estado le proveerá un trabajo apenas termine sus estudios, pero el nuevo profesional trabajará donde el Estado le diga y cobrará lo que el Estado le ordene. Ese fue el caso de uno de los guías que conocí en Cuba, que con 25 años de título como abogado y una maestría en Derecho Penal ganaba más paseando gringos (y chilenos) que ejerciendo una profesión a la que ama y quiere volver a ejercer con todo su corazón, pero que no le da lo suficiente para mantener a su familia más allá de lo que el Estado está dispuesto a darle, o peor aún, permitirle tener. Sin espacio para el desarrollo personal más allá de lo que el Leviatán está dispuesto a otorgar, el espíritu humano se ve constreñido al punto de la anulación del “uno” sobre el colectivo como en una colonia de hormigas, o de la resignación ante la presencia sobreprotectora y agobiante de un padre castigador.
Muchos podrían pensar: “lo que Cuba necesita es democracia”, “lo que Cuba necesita es libertad”, “lo que Cuba necesita es el fin del comunismo y del Estado opresor”. Para alguien que profesa ideas de Derecha parece la panacea: Sin embargo –siendo yo orgullosamente de Derecha-, creo que de buenas a primeras este cambio traería consecuencias espantosas. Llamada por años “el prostíbulo de los Estados Unidos” (…y lo era), los cubanos creen que la Revolución les trajo dignidad y auto respeto y, en parte, concuerdo con ellos. Se liberaron del estigma de ser el patio de diversiones de los jóvenes yanquis, del yugo de la mafia estadounidense, de los Meyer Lansky y Lucky Luciano que regentaban los casinos, los hoteles y cabarets de sus ciudades más grandes; les quitó de encima a un dictador cruel y zafio como Fulgencio Batista, etc. No hay que olvidar que la Revolución cubana partió como una revolución de corte nacionalista, que abarcaba un amplio espectro de la sociedad, y de allí la euforia y la celebración de los cubanos por su advenimiento. Pero al poco tiempo, lo que partió como una victoria del pueblo cubano se convirtió en una victoria de Castro y sus “barbudos”. Las expoliaciones no tardaron en ocurrir. Primero, tener mucho se convirtió en un crimen y luego bastó con tener algo para ser considerado un indeseable. Los tribunales populares presididos por Ernesto Guevara Lynch y de la Serna, el infame “Ché”, se convirtieron en rondas de acusación sin derecho a defensa contra los “enemigos del pueblo”, y prontamente lo que fue una gesta de liberación nacional de los cubanos se convirtió en una nueva cadena con grilletes. Ese fue el caso de Huber Matos, convencido revolucionario que al cuestionar los pasos de Fidel Castro hacia la transformación de Cuba en una dictadura comunista estuvo veinte años preso entre 1959 y 1979. A Camilo Cienfuegos, “el señor de la vanguardia”, “el comandante del pueblo”, no le fue mucho mejor y desapareció sin rastro luego de conferenciar con Matos en octubre del 59, convirtiéndose en el mártir necesario, mucho más que Guevara.
En resumidas cuentas, me quedé con la impresión de que la Revolución en Cuba se respeta y se celebra, pero al mismo tiempo duele mucho a los cubanos por el alto costo en que ha devenido. Se ha transformado ahora en una carga pesada, que en sus inicios auguraba un futuro brillante para el país, pero luego de que Fidel corriera a los brazos de la Unión Soviética al negarse la administración Eisenhower (por consejo del entonces Vicepresidente Richard Nixon) a respaldar al nuevo régimen, cayó sobre Cuba nuevamente otro tipo de colonialismo, esta vez con banderas rojas adornadas con hoces y martillos.
¿Cuba y los cubanos necesitan libertad? ¿Necesitan democracia? Indudablemente, y ello sólo podrá ocurrir con el fin del régimen castrista. Pero mi temor es que Cuba se convierta en lo que fue Rusia durante la década de los ‘90. Fenecidos los comunistas, el crimen organizado y los oportunistas se hicieron del gobierno y de las riquezas del país, y por lo que se ve, una mudanza radical en el régimen podría traer efectos similares, dejando a los cubanos sin país, sin riqueza y, finalmente, sin dignidad. Casi como un animal en peligro de extinción, el trasnoche socialista latinoamericano, denominado “del siglo XXI”, trata desesperadamente de mantener vivo al actual régimen, mirándole románticamente como un modelo a seguir. Las remesas de petróleo a precios bajísimos de la Venezuela de Chávez y Maduro son quizás lo que alivia más las presiones económicas, aunque también una serie de reformas implementadas por Raúl Castro han ayudado a mejorar un poco la vida del pueblo cubano, que ya hasta critica tímidamente a su propio gobierno ¿Pero no es éste, otro tipo de colonialismo? Ojalá más temprano que tarde la reforma económica sea seguida por la reforma política, y se cumpla la premisa de que cuando uno otorga libertades, luego éstas ya no se pueden negar. Cuba puede y debe recuperar lo que históricamente le ha sido tan esquivo y al mismo tiempo merece con tanta justicia