La Presidenta de la República ha declarado: «Yo no voy a renunciar. No pienso siquiera hacerlo. Ni siquiera sé cómo se haría constitucionalmente.»
¿Qué significa esto? ¿Alguien le ha pedido la renuncia? ¿Estamos en un déjà vu que nos retrotrae a mediados de 1973?
Todo parece arrancar de un comentario periodístico, muy bien informado; todo parece seguir en los ecos que ese análisis profesional ha tenido. Hasta ahí, a pesar de lo impactante del tema, el asunto se movía en las coordenadas propias de la información pública.
Ya hubo antes una situación similar respecto de un presidente socialista. Las peticiones masivas de renuncia llegaron a los ojos y a los oídos de Allende casi 42 años atrás; las mesas que recolectaban firmas fueron organizadas por los opositores al gobierno marxista y estaban instaladas en plena calle Ahumada; todo era de público conocimiento.
Nada de eso ha sucedido ahora. No se sabe de opositor alguno que haya planteado esa posibilidad. O sea, las declaraciones de la Presidenta nos llevan a pensar que nos está faltando un dato. ¿Alguien le habrá pedido a la mandataria -en privado, pero directa y efectivamente- que renuncie? ¿Quién?
Sólo esa hipótesis explicaría que las declaraciones sean las que fueron. El «Yo no voy a renunciar», podría ser la respuesta pública -para recuperar la adhesión de sus electores hoy desencantados pero que llorarían con su partida- frente a esas presiones privadas; el «no pienso siquiera hacerlo» debe traducirse por un «y no me insistan más», para terminar con un «ni siquiera sé cómo se haría», que debe leerse como «el artículo 29 de la Constitución no da para resolver ese problema: por ahí no podrán doblegarme.»
Por cierto todas estas interpretaciones de las insólitas declaraciones de la Presidenta se apoyan en la buena fe respecto de sus palabras.
Porque lo más grave sería que los análisis periodísticos fueran certeros, que efectivamente lo ha venido pensando y anunciando por cuenta propia, que no existan presiones internas de ningún tipo, sino sólo una debilidad muy suya y que la ha llevado a hacer uso del último recurso: negar públicamente lo que íntimamente quiere, para ver si desde esa negación consigue una fuerza que le permita doblegar la tendencia a la renuncia ya instalada.
Las presiones desde los suyos serían inauditas; la debilidad propia, de consecuencias imprevisibles.
Gonzalo Rojas Sánchez