Por Gonzalo Rojas Sánchez
Hace tres semanas que no tengo acceso a mi biblioteca personal de Humanidades, libros que están en la oficina que ocupo para investigación histórica y para formación de gente joven.
Alcancé a traerme a mi casa solo media docena de volúmenes nuevos, y hace largo rato que ya fueron trabajados. Una buena dosis de pdf gratuitos me ha sacado de ciertos apuros pero, además, la biblioteca de literatura sí que esta disponible para mi cuarentena.
Para volver a aproximarse a esas obras, me inspiró una anécdota de hace 10 años.
Fue para el terremoto del 2010 que un nieto suyo fue a ver a don Juan de Dios Vial Larraín, quien nos dejara hace unos meses. Al verlo sentado en el suelo y rodeado de rumas de libros que se habían caído desde las estanterías, se ofreció a ayudarlo para poner en orden la biblioteca lo antes posible. La respuesta del filósofo fue: “¡Por ningún motivo! Estoy gozando al encontrarme con tantas obras que estaban allá en el fondo, en segunda fila, y que ahora tengo a la mano y listas para segundas (o terceras) lecturas.”
Qué gran oportunidad ha sido ésta para la segunda pasada por el Señor de los Anillos de Tolkien y la comprobación de que los mitos son verdad. Para una nueva lectura de Dostoievsky, en Los hermanos Karamazov, y recordar que “si Dios no existe todo está permitido”, mientras que repasar Crimen y Castigo ha significado confirmarme en que para toda pena es posible la redención, si hay arrepentimiento. Waugh y su Retorno a Brideshead han marcado de nuevo el valor de la conversión, aunque sea en artículo mortis; y al internarme una vez más en El Corazón de las tinieblas de Conrad, así como en Jude el Oscuro de Hardy, he vuelto a ver cómo se debate el alma humana frente al mal propio o ajeno. La letra escarlata de Hawthorne y El señor de las moscas de Golding han revivido en mí, una vez más, el drama de las organizaciones sociales perversamente orientadas.
¿Qué más tengo por delante, para segundas pasadas, en esta cuarentena ya mensual?
Esta lista, que recomiendo vivamente:
La suite francesa de Irene Nemirowski y La mujer justa de Sandor Marai; El metro de platino iridiado, de Álvaro Pombo y Los santos Inocentes, de Miguel Delibes; Seda, de Alessandro Baricco y Anima mundi, de Susana Tamaro; El Guardián en el centeno, de J. D. Salinger (en inglés, por favor) y Mientras yo agonizo, de William Faulkner; 1984, de George Orwell y Un mundo feliz, de Aldous Huxley; Pabellón de Cancerosos y Un día en la Vida de Iván Denisovitch, de Alexandr Solzhenitsyn…
Y otro lote, de chilenos e iberoamericanos, que dejamos para próxima oportunidad.
Ponga usted también sus favoritos en la lista, ésos que leyó ya en el milenio pasado. Volverá a gozar.