Hace 50 años, en 1970, Aleksandr Solzhenitsyn recibió el Premio Nobel de Literatura, aunque decidió no acudir ese año a la ceremonia respectiva, por el temor de verse impedido de regresar a la Unión Soviética.
A esas alturas, La Rueda Roja era sólo un conjunto de materiales -¡en realidad miles de esquemas y documentos!- que comenzarían a cristalizar de a poco, a partir de octubre de ese mismo año 1970. En las próximas dos décadas -y especialmente durante su largo destierro en Vermont, Estados Unidos- el proyecto se iría convirtiendo en una de las más logradas aportaciones en la historia de la Literatura rusa, en muchas dimensiones incluso por encima de Dostoievsky y superando en dramatismo a la tan ponderada Guerra y Paz de Tolstoi.
¿Cuál es la estructura del libro?
La Rueda Roja fue concebida por Solzhenitsyn como una novela histórica que cubriera desde agosto de 1914 hasta… Por ahora, sabemos que su proyecto logró efectivamente abarcar el período desde los inicios de la Primera Guerra Mundial hasta abril de 1917, ya en pleno Gobierno Provisional, una vez producida la abdicación de Nicolás II.
El Nobel ruso buscó cuatro “nodos” o puntos focales, para desplegar los grandes procesos, para lo cual escogió Agosto de 1914, (publicado por Farrar, Straus and Giroux, New York, 1972) Noviembre de 1916, (también editado por Farrar, Straus and Giroux, New York, 1999 y 2014), Marzo de 1917 y Abril de 1917. Las ediciones en inglés que he podido trabajar cubren en un tomo el primer nodo, en otro tomo el segundo, y en dos volúmenes el comienzo del tercer nodo –Marzo de 1917 (de University of Notre Dame Press, Notre Dame, 2017 y University of Notre Dame Press, Notre Dame, 2019, respectivamente). De este tercer nodo están aún pendientes de edición y anunciados para los próximos años por University of Notre Dame Press, los tomos 3 y 4, previstos para el otoño de 2021 y el otoño de 2023, respectivamente. Y después, quizás cuándo, vendrá a completarse el nodo Abril de 1917 en ¿tres o cuatro tomos más?
Hasta ahora, en inglés, las ediciones que ya circulan, suman 3001 páginas, incluyendo mapas, planos y listas de personajes. Estas últimas son decisivas, porque ahí figuran la veintena de caracteres imaginados por el autor y los cientos de personajes históricos con los que aquéllos interactúan. Sin la consulta continua de esos listados, la lectura se hace imposible. Solzhenitsyn es ruso… Quizás por eso -y además por los numerosos documentos parcial o totalmente insertados en la trama- me tomó 13 meses completar esos primeros cuatro tomos.
¿Qué es, en realidad, La Rueda Roja? ¿Es Historia novelada? ¿Es una novela histórica? Parafraseando a Unamuno, y su Nivola, bien puede afirmarse que es Histovela o Novestoria.
En el relato hay una fusión tan íntima entre ambas dimensiones -la literaria y la histórica- que, si no se contara con el doble listado de personajes en los que se distingue entre los caracteres reales y los de ficción, un lector sin mayor formación histórica en los acontecimientos de la época, casi no podría saber quiénes son unos y quiénes otros.
¿Cómo logra Solzhenitsyn una articulación tan plena entre Literatura e Historia?
Ante todo, porque el ritmo de los acontecimientos es humano: las personas están en primer lugar. Los procesos (la guerra con Alemania y Austria, la influencia de la Duma, la acción de los agitadores revolucionarios, etc.) fluyen por aquéllas. Sin expresarlo, el Nobel ruso va dejando en claro, a cada paso, que no hay tal cosa como el determinismo marxista, que en la vida de los pueblos hay individuos ejerciendo su libertad: a veces bien, a veces mal.
No hay una página, no hay un pensamiento, no hay un diálogo, en que no esté presente el drama nacional incrustado en el drama personal (en el de Nicolás II, en el de los políticos liberales -especialmente en Guchkov, en Milyukov, en Rodzianko- en Lenin, en los decadentes últimos ministros, en los generales, muchos de ellos, unas inepcias).
Todos sufren: algunos por no querer estar en la posición en que los sorprenden los acontecimientos (Nicolás II, el general Alekseev, los ministros, en especial Protopópov); y otros, por no poder involucrarse aún más fondo (Lenin en Suiza, Alexandra Feodorovna en Tsarkoe Selo, Guchkov, Milyukov, y Rodzianko en el palacio Tauride, teniendo que lidiar con el Soviet).
Por cierto, hay momentos en que por ambos extremos -relatos de absoluta politicidad o de completa intimidad, según los casos- se diluye algo la invisible articulación entre Historia y Literatura. Sucede cuando se incluyen documentos -parlamentarios y de prensa- o cuando la trama de los personajes de ficción se hace casi por completo doméstica. Pero el retorno a la unidad de la Histovela es siempre rápido y logra sumergir de nuevo al lector en el Petrogrado de los cien nombres, de cada uno de ellos.
La interacción entre esa multiplicidad de personajes no resulta agotadora ni forzada. Solzhenitsyn escribe usando con total soltura la triple vinculación entre sus propias apreciaciones de autor comprometido, con la dimensión de los pensamientos de los personajes y con la expresión verbal que cada uno de ellos manifiesta en sus diálogos. Como no hay guiones, como no hay casi intercambios formales a modo de parlamento, se produce la fluidez total.
Pero ¿y porqué es tan desconocida esta obra, supuestamente magistral y la cumbre de todo el trabajo del Nobel?
Solzhenitsyn resultó siempre muy incómodo para los dos mundos que combatió: el del progresismo liberal y el del marxismo, en todas sus variantes. En concreto La Rueda Roja, para el mundo editorial de izquierda, es simplemente inaceptable.
Por ejemplo, el siguiente párrafo, en que el autor muestra el modo en que los revolucionarios de 1917 planificaban y manipulaban las manifestaciones, resulta para los activistas -qué duda cabe- muy incómodo, hasta el día de hoy. Por eso, lo han podido leer muy pocas personas. Decía un revolucionario en los primeros días de marzo de 1917:
“Las manifestaciones callejeras son siempre buenas. No importa cómo terminen, porque siempre conducen a una exacerbación de la lucha. Siempre pasa algo durante una manifestación callejera. Durante estos últimos días, los soldados han estado muy pasivos, empujaban a la gente levemente hacia atrás, apenas les bloqueaban el paso, iniciaban conversaciones, e incluso unos pocos le han llamado la atención a la policía. ¡Buena cosa! Estar de pie frente a las manifestaciones siempre desmoraliza a las tropas; oyen a los que protestan y algo les queda. Pero la masa todavía carece de malicia. ¿Cómo podríamos alejarlos radicalmente de sus estómagos e inclinarlos hacia las demandas políticas?”
Como gran parte de mi lectura coincidió con la insurrección de la violencia en Chile, comprendí perfectamente porqué sólo Agosto de 1914 circuló profusamente (incluso en castellano, en los años 70) mientras que el resto de la obra, fue publicada marginalmente y después, su continuación, ignorada y silenciada hasta hace apenas tres años atrás.
Ciertamente, a esta genial Novestoria se le puede sacar el máximo de provecho con un buen conocimiento general de la Historia rusa y, a la vez, de su literatura fundamental. Dentro de esas coordenadas, se entenderá porqué el mundo de las dos Revoluciones rusas de 1917 (febrero-marzo-abril y octubre-noviembre), resulta ser también nuestro mundo, el del Chile 2019-2020.
Y esa relación se explica no sólo por tantos lugares paralelos, sino por el más importante lugar común: el gran drama humano.
Gonzalo Rojas Sánchez